sábado, 3 de julio de 2010

EN EL XIII ANIVERSARIO DE LA ORDENACIÓN SACERDOTAL

En el décimo tercer aniversario de mi ordenación sacerdotal.

Muy apreciada comunidad parroquial, es para mi un motivo de acción de gracias bendecir y dar gracias al Señor por este don del sacerdocio, un don que el Papa Benedicto XVI trata de audacia de Dios para con el hombre.

En esta tarde mi existencia terrenal, en este si duda paraíso que es la vida del Pueblo de Dios, como aconteció en los inicios de la tradición bíblica y por tanto en los relatos de la creación, resuena con voz rotunda y fuerte a la vez que suave y débil “Adán ¿dónde estas?”… mi respuesta no es tan distinta a la del primer hombre “ Estaba desnudo, sentí vergüenza y me escondí”. Sentir vergüenza, no aceptar, no reconocer…Experimento como una constante en mi vida que mi orgullo es cruel. En mí, ya hay sentencia “ la mujer que me diste como compañera me engañó y comí”. La mujer de aquella que yo me sentía tan orgulloso, de la cual como Adán llegue a exclamar “esta si que es carne de mi carne y hueso de mis husos”.

No puedo hoy sino confesar mis quejas continuas contra la que el Señor me concedió como esposa, esta Madre Iglesia, “casta et emeritrix” el sentir engaño, y el querer imponer mi justicia ante mi verdad que no si es en cierto la verdad, el hacer mi vida al margen de Dios, pues con mi actuar he demostrado que él no sabe y que se equivoca, que no es justo lo que ha acontecido en mi vida y tantas veces me quejo.

Es cierto que experimento desolación en estos momentos, siento vergüenza de mi mismo, “pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza y es que su misericordia y su compasión no se acaban sino que se renuevan cada mañana. Espera en el Señor, se valiente, ten ánimo, espera en el Señor”.

Llevar a la memoria la acción de Dios en mi vida. Cuando ahora intento realizar una lectura creyente de mi propia historia personal. Contemplo como Dios no se recrea en mis miserias, sino que me habla al corazón. Él conoce mi historia y es consciente que del mismo modo como le ocurrió a Pedro en el patio de Anás y Caifás, a mi me ocurre lo mismo, junto a la hoguera donde unos buscan calentarse y en la noche todos conspiran, el miedo una vez más me hundió en el mar de este mundo. Como Pedro en la oscuridad, donde tantas veces he vivido y creo que soy capaz de controlar la situación y en mi corazón no habita el amor de los amores, sino mi propio orgullo. Cuando soy preguntado, cuestionado “¿que acaso tu no eres uno de sus seguidores?” mi respuesta es negativa. Cuando me preguntan si soy del grupo de los suyos respondo que no los conozco. Cuando me identifican por mi acento galileo, respondo que no se de que me hablas. Estas negaciones no sólo las he visto en mi propia vida como una analogía sino como una realidad constante en mi propia existencia.

Del mismo modo que Saulo de Tarso, cuando derribado en el camino de Damasco pregunta ¿Quién eres?... Jesús le responde “A quién tú persigues”. De la misma manera me siento en este día. Digo bien y claro, que persigo a Jesús en los que son llamados Cristianos… Y los persigo a muerte… y ellos saben bien quién soy y me tienen miedo.

En la comunidad de Damasco se le confiará a Ananías poder devolver la vista a Saulo. ¿Quién será para mí el nuevo Ananias capaz de devolverme la vista como a Saulo?

Son verdaderas inquietudes en este mi décimo tercer aniversario de la ordenación sacerdotal. En el Señor Jesús encuentro al que me devuelve la paz, cuando como Pedro Jesús me pregunta por tres veces si le amo. Junto a llago de Tiberiades, ante la misma imagen pero tan distinta. En el amanecer del primer día de la semana, a la orilla del lugar tan amado y sagrado para nosotros, el lugar de la llamada y la vocación, el lugar donde Jesús ha calmado tormentas y ha hablado del Reino de Dios. Ahora junto al fuego del amigo, con el pez asado… Jesús me susurra al corazón, como la brisa del profeta Elías “¿Me amas? … Tu Señor, lo sabes todo, tú sabes que te amo”.. “Apacientas mis ovejas”… Apacentar, dar de comer, ponerme manos a la obra… Él sabe muy bien de quien se ha fiado… y todos los días en mis manos consagradas Jesús sacramentado es de nuevo alzado entre el amor de Dios y el inquieto amor del corazón del hombre.

¿Es cierto, Dios mío, que hayas querido de nuevo ser levando sobre el cielo, en lo que significan mis manos consagradas, escándalo para judíos y griegos? ¿ Señor, no tuviste suficiente audacia para dejarte clavar en la cruz que todavía hoy asumes mi escándalo y me enseñas a saber morir en tu amor?. ¡Oh! que misterio de amor tan grande…¡oh! amor en mi, tan mezquinamente correspondido…

La Iglesia me confió un día la celebración de la eucaristía con la entrega del cáliz y la patena diciéndome “imita lo que conmemoras”… Que tu gracia Señor y tu amistad me basten… que sepa en estos momentos descubrir al Ananías de mi historia y que me deje llevar por él.

En estos momentos, cuando soy consciente de vuestras dudas que surgen en vuestro interior, como a los antiguos cristianos de Dasmasco os pido que recéis por mi. Que no anteponga nada al amor de Dios.

Vuestro en Cristo. Mossén Ramón Micó Colomer
28 de junio de 2010. Obedientia et paz

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